Junio 2017. De nuevo en Barcelona. Cuanto más vengo a esta ciudad, más la echo de menos. Recorrer las calles de Gracia y bajar hasta el puerto. Atravesar el Raval y descubrir los bares. Ver teatro en el Lliure, pararme en una esquina del Born para ver quién pasa… Aquí hice mi primera película, me enamoré, descubrí el mar. Aquí nací. Aquí tengo gente muy querida, unos vivos y otros no tan vivos. Los visito a todos cada vez que vengo.
Esta vez venimos a intentar estar a la altura de EL DÍA DE MAÑANA, una novela impecable y emocionante de Ignacio Martínez de Pisón. Lo primero que pensé cuando Fernando Bovaira me propuso esta serie fue, “qué maravilla de regalo…!”. Lo segundo, “esta novela nos pone el listón muy alto”. Y se lo dije a Fernando. “Tendremos el mejor equipo”, respondió. Y cumplió. En eso estamos.
El cine -la televisión en este caso-, tiene esos caprichos, te hace esos regalos. He vuelto a mi ciudad en el momento preciso en el que la dejé. Así que la vida se superpone para mi en dos tiempos distintos, como una forma de hacer mía la ficción del libro. 1966 es el año en que Justo Gil, nuestro protagonista, llega a Barcelona, con la misión de salvar la vida de su madre.
Regresar ahora a Barcelona, hacerlo en compañía de Oriol Pla (Justo Gil), fuerza desbocada de la naturaleza, niño con grandeza y disciplina gigantes, es como volver a jugar. Volver a tener 6 años. En 1966, con esa edad, me fui de aquí con mis padres, viajé en dirección opuesta a la de Justo. Él venía con aquellas oleadas de inmigrantes que llenaban las fábricas y la periferia.
Aura Garrido pasea a su Carme Román por el Eixample, camino de su imprenta en el Raval. Una luz mediterránea golpea su rostro, su mirada discreta, su vestido rojo. Carme se mueve con el aire de quien se sabe necesaria, pero no presume de ello. Ella es necesaria para su familia, como Aura lo es para nosotros. Nos recuerda que se puede ser una actriz muy joven, y al mismo tiempo tener la precisión y la humildad de una consagrada.
La otra tarde recorrí con Alejandro Hernandez, nuestro guionista, la Vía Laietana desde el puerto. Repasábamos el guion y quería que él conociera la comisaría. Ahí dentro transcurre una buena parte de EL DÍA DE MAÑANA. Le pregunté a la policía de la entrada si podíamos visitar el edificio. “Esto es una comisaría”, dijo. “Ya lo sé”, pensé. Duele que te confundan en tu ciudad con un turista.
Cuando pasas por la puerta de esa comisaría puedes escuchar, si atiendes, los gritos de aquellos que estuvieron dentro. Y puedes imaginar perfectamente a Karra Elejalde entrando, vestido y afeitado como nuestro comisario Landa. Karra reúne en su humanidad arrolladora todo lo que necesitas de alguien que interpreta a un monstruo. Landa bromearía con los polis de la puerta, y estos se cuadrarían ante él. No sabrías decir si es miedo o es admiración.
Jesús Carroza (Mateo Moreno) siente admiración por Karra y le tiene mucho miedo a Landa, su jefe. Pánico. La carrera de este policía de la social transcurrió en el edificio de Laietana hasta que vio que las cosas se torcían y buscó la salida. A Jesús le cuesta distinguir la vida de la ficción, pero se divierte en ambas, y desde fuera no se nota en cuál de ellas está. Cuando posa sus ojos sobre otro personaje, nadie duda de que lo que ocurre allí es verdad.
A Alejandro le impresionó el edificio de Vía Laietana. “Nunca he visto una comisaría tan bonita”. Alejandro, que viene de Cuba y ha conocido muchas comisarías, me hizo pensar: cómo pueden ocurrir cosas tan horribles en un lugar tan bello! Es uno de los enigmas de nuestra historia. Uno de los enigmas de nuestro país y de la serie.
"Cuando no pensaba en nada, pensaba en Teresa”. Eso escribe Ignacio Martínez de Pisón sobre el personaje de Eliseu (David Selvas). Teresa era su amor de siempre, un amor frustrado por su condición de militante antifranquista. Eliseu vuelve a ella una y otra vez, como a su origen. Cuando uno no piensa en nada, en realidad está pensando en su origen, o en su infancia. La mía transcurrió en Barcelona. Y después he vuelto muchas veces. Sigo volviendo. Porque cuando no pienso en nada, pienso en Barcelona.
Mariano Barroso